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Una selección de temas tratados en un libro reciente de los autores
Carlomagno
Carlomagno, gobernante del Imperio Carolingio (un corto antídoto del Imperio De roma que no va finalizar afirmemos), tuvo la intención en un periodo parcialmente temprano de ser reconocido como un gobernante esencial y de destacar el papel de su nuevo Imperio en el ámbito mundial. De ahí que, envió a inicios del siglo IX emisarios y diplomáticos con regalos para el Enorme Califa de Bagdad: Harun al-Rashid. Los regalos incluían tejidos de las mucho más finas lonas italianas y artefactos finos de las arcas carolingias, que valga decirlo, no eran muy opulentas.
En esos tiempos, la aptitud de ofrecer un obsequio de enorme valor era considerada entre las mayores virtudes de un gobernante, en tanto que honraba y probaba su superioridad. De este modo, el califa al Rashid indudablemente estimó que iba a sobrepasar con creces el obsequio de Carlomagno y le envió un emisario con saludos y con un mensaje de paciencia. Su obsequio, aseveró, llegaría, pero se tardaría algo mucho más de tiempo.
El obsequio árabe
Los inviernos en Aix-la-Capella son mucho más buenos que en otras unas partes de su imperio. Elige estar cerca de las aguas termales, que le calman el mal de los huesos. Por el momento no es algo. Cubierto de su corte, Carlomagno, «Imperator Augustus», valora el estado de sus dominios y planea los pasos que va a dar la próxima primavera.
Carlomagno, el Emperador
El Papa León III fue atacado en 799 por exactamente los mismos romanos, quienes estaban prestos a arrancarle la lengua y los ojos, pero lo logró escaparse y se reunió con Carlomagno, y en su condición de asegurador de la Santa Sede, recibió a unos embajadores de Roma quienes acusaban a León III de adulterio y otros delitos graves.
Por año siguiente, nuestro Carlomagno viajó a Roma y juzgó de primera mano los hechos. León III juró inocencia, recobrando el pleno reconocimiento como Papa, y el día de Navidad del año 800, fue coronado por el Papa como el Primer Emperador el Sacro Imperio De roma en la Catedral de San Pedro de Roma.
Si hay algo en el planeta que a todos agrada, son los regalos. Así sea un obsequio costoso y glorioso, o un presente pequeño y sencillo, durante la historia, y especialmente en la historia vieja, los humanos se dieron obsequios entre sí por múltiples causas. Esos que eran especialmente buenos en esto fueron, evidentemente, los mandatarios de los estados, los reinos y los imperios. En el momento en que un gobernante deseaba remarcar una coalición, sostener algún tema en misterio o recibir la amabilidad de un individuo esencial, la manera más óptima de llevarlo a cabo era mandar una delegación diplomática distinguida con un obsequio caro y particular: una joya, una obra de arte, una caja con piedras hermosas o cualquier otra posesión bella que probablemente, hoy día, se halle en algún museo.
Un excelente ejemplo de semejante expedición fue la mandada hacia finales del siglo VIII por Carlomagno, rey de los francos y entre los enormes mandatarios de la Europa medieval, en Harun Al-Rashid, el califa musulmán de Bagdad. Los dos tenían contrincantes recurrentes: el Imperio Bizantino con el que los dos compartían una frontera común y que ninguno de los 2 aguantaba; Y el estado musulmán predeterminado por los omeyas, califas precedentes y oponentes de Harún Al-Rashid, en España limitando asimismo con los territorios del rey Franco. Además de esto, Carlomagno tenía otro interés: asegurar la seguridad y la protección de los peregrinos cristianos que llegaban de su reino a Jerusalén, que entonces se encontraba bajo dominio musulmán. De ahí que, como se mentó, en 797 Carlomagno envió una delegación desde la localidad de Aquisgrán, en este momento a Alemania, al largo viaje hacia Bagdad.
Tras la extendida travesía el gabinete del califa dio la bienvenida a la delegación en Bagdad, sin enseñar mucha prisa por devolver una contestación a Europa. Solo una vez que el Papa proclamó emperador Carlomagno en el 800, 3 años después.