Afirmaba Goethe que solo tenemos la posibilidad de dejar a nuestros hijos un legado duradero: raíces y alas. Este obsequio antropológicamente indispensable solo puede ser concedido desde la familia, entendiendo por tal aquella cuya esencia está constituida por la unión cariñosa de un hombre y una mujer con intención de permanencia en el tiempo. Esa esencia es lo que la hace identificable como tal, sin ella se desnaturalizaría; va a ser otro género de institución —legal y, en ocasiones, lícita—, pero, si bien nos empeñamos en llamarla familia, no va a ser tal. El núcleo fundamental de la familia no está conformado por las relaciones verticales o de sangre –hijos, abuelos…–, sino más bien la relación horizontal entre un hombre y una mujer que, con plena independencia, se han relacionado por amor. La esencia es, como señalaba Aristóteles, «lo que lo que es lo que es», ajeno de la regla o la ley.
Debe mudarse de visión
Tratándose de los progenitores, en ocasiones no opínan todos los días en la alegría de sus hijos, o cuando menos no lo bastante. Los progenitores acostumbran a centrarse en el éxito, equiparan a sus hijos con otros pequeños, opínan en trofeos o que saquen mejores notas. Asimismo opínan lo cansador que es ser padre, opínan en el cansancio que tienen cada día.
Pero hay que mudar la visión y comenzar a meditar en qué hace feliz a nuestros hijos (y no hablamos a las cosas materiales). Había una temporada donde los pequeños jugaban, empleaban su imaginación, aprendían y les agradaba socializar.
La televisión se encontraba en un background… los pequeños se divertían.
La relevancia de sus raíces
Un ser sin raíces no posee vida ni futuro. Es frágil y simple de derruir. De los mejores regalos que puedes ofrecer a tus hijos es, precisamente, raíces. Así mismo va a estar preparado para entender ayer y combatir los retos que suponen el día de hoy y mañana.
Se habla nada menos que de estar “bien plantado”. Sostenerse estable entendiendo quién fuimos y de dónde venimos. Viendo con orgullo en el que nos transformamos y más que nada hasta dónde llegamos. Y principalmente, confiando en el punto al que deseamos llegar.